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Con larvas, crean modelo sustentable para evaluar bolsas biodegradables

Los plásticos de un solo uso, como las bolsas, brindan grandes beneficios debido a su bajo costo, versatilidad y propiedades, lo que ofrece ventajas a los consumidores, pero esto ha incrementado su producción, consumo, presencia en residuos sólidos y daños ambientales como contaminación. Especialistas del Instituto de Ingeniería (IINGEN) de la UNAM desarrollaron una técnica que evalúa la biodegradabilidad, ecotoxicidad y desintegración compostable de estos productos.

De acuerdo con el Programa para el Medio Ambiente de la Organización de Naciones Unidas, el humano produce más de 430 millones de toneladas de estos insumos al año, dos tercios de las cuales son de vida corta y se convierten en desechos y terminan en rellenos sanitarios, alcantarillas, ríos, mares y océanos, lo que provoca no sólo consecuencias negativas a los ecosistemas, sino a la salud.

A diferencia de otros recursos, el plástico no se biodegrada y puede tardar cientos de años en descomponerse, por lo que cuando se desecha se acumula en el entorno hasta alcanzar un punto crítico. Por ello, existen normativas enfocadas a la generación y consumo sustentable de los productos plásticos fabricados para una función específica con materiales que permitan su reintegración al ambiente.

Consciente de esto, un grupo de investigadores del IINGEN, liderado por María Neftalí Rojas Valencia, es precursor en la creación del Método de Evaluación de Biodegradabilidad, Ecotoxicidad y Desintegración de Polímeros Compostable, en el que utilizan larvas Tenebrio molitor y Zophobas morio para degradar bolsas, hacerlas abono y demostrar que los materiales de fabricación no tienen efecto tóxico.

“Empezamos a probarlo y le vimos una ventaja muy grande porque estos animalitos se comen la bolsa: la muerden y digieren. El plástico pasa por su tracto y podemos ver cómo consume cualitativamente este material. Lo interesante es que podemos analizar el excremento para saber si hubo cambio en la estructura química de la bolsa”, indica Neftalí Rojas.

Este proyecto surgió en 2018, cuando la universitaria fue a un curso de capacitación a Chile para instrumentar técnicas que ayuden a los fabricantes de bolsas a obtener resultados rápidos y confiables, para conseguir la certificación de sus productos.

“La mayoría de las normas tardan de seis meses a dos años en obtener resultados. Lo que distingue a este método es que si dentro de los primeros siete días las larvas consumen el plástico ello es indicio de que sí puede ser biodegradable y compostable y, después de un mes, se junta la cantidad suficiente de muestra para hacer análisis de laboratorio como es carbón orgánico, análisis de espectroscopia de infrarrojo y metales por espectroscopia atómica. Con ello ya podemos entregar un resultado al fabricante en menor tiempo y costo”, señala.

Asimismo –explica– con espectroscopía de infrarrojo se puede ver una degradación química, es decir, la conversión de carbón orgánico (esencial para la actividad biológica del suelo) a dióxido de carbono, por ello sustituye técnicas laboriosas (que llevan más de seis meses) y costosas para los mismos propósitos.

Si, por el contrario, agrega, los animales no comen la bolsa de plástico y prefieren hibernar, quiere decir que quizá el colorante químico lleva alguna sustancia tóxica, como metales pesados: plomo o mercurio. Después de trabajar, las larvas ingieren rodajas de zanahoria para hidratarse.

“Para evaluar una tonelada de plástico necesitamos unas 40 mil larvas, por tanto, comenzamos a cultivarlas, aunque también pueden conseguirse en algunos establecimientos de mascotas. La ventaja es que cuando llegan al término de su vida útil pueden servir de alimento para otros animales, como peces o aves, sin representarles riesgo alguno. Al respecto también estudiamos su tracto digestivo para evitar que se quede adentro algún contaminante”, dice.

La universitaria comenta que al analizar los metales pesados que llegan a aparecer en las heces de las larvas se han encontrado algunos micronutrientes con los que se podría hacer composta para plantas. Estos estudios los realizan a través de técnicas de infrarrojo con el fin de ver si hubo algún cambio en la composición del plástico. Una variación importante de carbono quiere decir que el animal metabolizó bien su alimento y lo ocupó en generar energía para sus movimientos.

Este método con larvas es una técnica novedosa, rápida, amigable con el ambiente porque, para su elaboración, no se usan reactivos químicos. Además, ocupa poco espacio y no requiere energía ni equipos sofisticados, lo cual beneficia al sector público y privado, principalmente a las fábricas de bolsas que precisan resultados rápidos y confiables.

El Método de Evaluación de Biodegradabilidad, Ecotoxicidad y Desintegración de Polímeros Compostable ganó el tercer lugar de la premiación del Programa para el Fomento al Patentamiento y la Innovación (Profopi) 2023 por la aplicación de los conocimientos científicos para confluir con las necesidades productivas, así como representar un importante vínculo entre la investigación y su aplicación industrial. “Me da gusto ver el entusiasmo de estudiantes que han participado en este proyecto porque seguiremos adelante con esta investigación gracias al apoyo de distintas empresas interesadas y, sobre todo, de la UNAM”, concluye Rojas Valencia.

Fuente: Contra República

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